viernes, 29 de mayo de 2009

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El techo debe ser muy alto.

Héctor repite un texto, para sí, un texto que en principio no tiene para él ningún sentido, pero que trae a su memoria un grabador de voz y la redacción de un diario.

La casa se hunde en los terrenos de una vía muerta, entre la ochava y el terraplén, en un callejón sin salida, frente al paredón de los talleres ferroviarios.  Fue  pensada con una torre que hoy está en ruinas. Es una casa de dos pisos, con sótano. La planta baja parece atravesar el terraplén. Pensaría que continúa del otro lado, si no hubiera cruzado para comprobar lo contrario y encontrarme con los inútiles galpones de un almacén abandonado que juntan ratas, las únicas que transitan la vía a gran velocidad.

Las manzanas linderas pertenecen al club de pato. A una cuadra el puente. Un poco más lejos la antigua estación de trenes con pretensiones de museo”. 

_Click- dice Héctor en la oscuridad para oír su voz, e imita el gesto de su dedo en el botón del grabador

_Click- repite y una luz tenue se dibuja en una línea, abajo, a ras del piso que apenas se vislumbra, delante de él.

Hace silencio. Se oyen pasos rápidos. La luz se corta en varios tramos “-Pies que se mueven”- piensa Héctor. La luz se va.  

Ahora sabe que delante de él hay una puerta. 

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